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La noche sórdida de las tarifas

Por: Juan R. Correa

Cirujano Cardiovascular

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Es sorprendente por lo menos, sino deprimente, observar como lo más selecto del cuerpo médico colombiano se debate calculando su futuro peso a peso, como en los días sórdidos de Barba Jacob: “… la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas, en rútilas monedas tasando el bien y mal”.

La costumbre moral de otorgar socialmente al médico unos privilegios que siempre tuvieron que ver con su ascendiente como sanador y sabio, derivaron inevitablemente en privilegios financieros en virtud del devenir de la historia que no se puede separar del influjo capitalista; sería necio e inútil hacer el ejercicio.

Pero sí es preciso entender en esta coyuntura cuál es la inspiración del oficio médico, una vez más para dar tal vez una tenue luz en la noche sórdida. El oficio del médico es esencialmente uno de servicio. Eso está consagrado desde el juramento de Hipócrates, pasando por las máximas de asociaciones gremiales mundiales hasta las constituciones políticas de algunos países. En algunos países en los que la salud la hemos definido como un derecho fundamental, la condición de servicio en el oficio médico se erige como un imperativo categórico.

Y como en las sociedades con un alto sentido no solo del servicio, sino del trabajo y del reconocimiento de la ciencia y la tecnología, pero fundamentalmente de la responsabilidad e importancia social, el fundamento de la remuneración económica de dichos oficios y no solo del médico, debe tener el tratamiento digno que representa.

Una sociedad que acepta y mantiene el hecho legítimo de que, por ejemplo, sus más exigidos representantes a cargos gubernamentales tengan un emolumento que se atiene a la magnitud e importancia de su tarea no pueden estar distantes de los de quienes proveen los servicios sociales más exigentes. En ese orden de ideas, la remuneración de todo el personal que garantiza un derecho fundamental tan importante y definitorio de la condición social de un país que se precia de buscarla en su mejor expresión, debe ser acorde a esa inspiración.

No se entiende por qué, precisamente ahora, no estamos hablando y debatiendo sobre establecer sólidamente unas condiciones salariales para todo el estamento de la fuerza laboral en salud de Colombia, comparativas con las del gobierno en sus ramas ejecutiva, legislativa y judicial bajo preceptos de una fuerte seguridad social, derechos de agremiación por profesiones y especialidades, carrera laboral pública, reconocimiento al estudio y entrenamiento calificado y especializado, estratificación por riesgo de responsabilidad civil médico-legal y de exposición a condiciones laborales riesgosas, así como de otras condiciones particulares de todos los oficios de la salud.

Repito, no sé por qué no hemos empezado a hablar de esto y seguimos en el oficio espurio de contar pesos contra manuales de tarifas como mercaderes de bisutería.

Si nosotros entendemos la inspiración y la dimensión de todos los oficios que se relacionan con lo que se requiere para asegurar unas condiciones de salud entendida como un derecho fundamental para nuestra nación, es en el escenario que merece un debate de la altura que se propone. Para qué son las agremiaciones sino para ofrecer este tipo de propuestas en las que siempre se han quedado cortas y respondiendo a otros intereses algunos más nobles que otros.

No creo que es sano caer en el juego interminable del negocio de tarifas e interpretaciones de mercadería.

El gobierno en este momento histórico debe entender que lo que viene de lo más exigido y capaz de su fuerza laboral médica es, en primer lugar, solidario con su pueblo, es digno con su propia condición y es deliberante en el más alto escenario público.

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