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Secuestro del Fokker 50 de Avianca: un cuarto de siglo conviviendo con el miedo y soñando con el monte

El 12 de abril es una fecha que quedó marcada para siempre en la vida, el alma y el corazón de Leszli Kalli. Hoy hace 25 años, junto con su padre, Laszlo Kalli y 39 persona más, abordó el vuelo 9463 de Avianca, que debía cubrir la ruta Bucaramanga – Bogotá, pero que terminó en una pista clandestina, ubicada en el sur de Bolívar, conocida como Los Sábalos, en la verada El Piñal, corregimiento Vijagual, entre los municipios de Simití y San Pablo.

“El avión despegó sin ningún problema, se apagaron las luces del cinturón de seguridad y en ese momento empecé a escuchar ruidos fuertes, como si estuvieran peleando algunas personas. Miro hacia atrás y veo un hombre poniéndose una capucha, apuntándole con un arma al auxiliar y otros comienzan a pararse rápidamente. Dos en el medio, otros dos adelante y empiezan a sacar armas del portaequipaje”, recuerda Leszli.

Según cuenta, se trataba de un comando del ELN, del que hacían parte seis hombres, quienes fuertemente armados se hicieron al control de la aeronave y la hicieron desviar de su recorrido.

“Recuerdo todo, Recuerdo que los detectores de metales, por donde debían pasar las maletas, ese día no estaban en funcionamiento, curiosamente. También recuerdo a un extraño hombre, ubicado cerca a mí y mi hermana, en unos de los restaurantes del aeropuerto, donde estuvimos unos minutos antes de abordar”.

“Recuerdo también que lo único que nos dijeron fue que no nos diéramos de héroes y que hiciéramos los que nos dijeran. Nos dijeron que llevaban a un comandante de las AUC y que después continuaríamos con nuestro viaje. Yo inocentemente, creí que bajan al señor y nosotros seguiríamos, con lo cual podría abordar mi vuelo a Madrid”.

En ese momento, lejos de imaginarse que se trataba de un secuestro, su mente estaba en un vuelo que debía tomar hacia las seis de la tarde que la llevaría hasta Madrid para luego aterrizar en Israel, destino que tenía programado Leszli.

“Yo tenía unos dólares, no eran muchos, porque yo iba para Israel y en ese momento en lo único que pensaban eran en que me iban a robar los dólares y en que perdería mi vuelo. Con el permiso de uno de los hombres, guardé mis gafas en la cartera, saqué la plata y la puse entre mis pantalones”.

“Con la cabeza agachada y las manos en el espaldar del puesto de adelante, como nos dijeron, empecé a pensar en qué era lo que estaba sucediendo. Miré por la ventana y lo único que veía era que el avión bajaba, bajaba y bajaba”.

“Cuando me reuní con mi papá, que estaba unos puestos adelante, le pregunté que a qué horas volveríamos a arrancar. El me miró, como nunca antes me había mirado, y me dijo, no te das cuenta, estamos secuestrados y aquí mínimo, mínimo, nos vamos a quedar seis meses.

Para Leszli ese fue el punto de partida de una odisea que duró un poco más de un año. Ha pasado el tiempo y de poco o nada han servido los tratamientos a los que se ha sometido. Los recuerdos y los temores siguen ahí presentes, latentes, como si no hubiese pasado el tiempo. Temores que la llevaron a tomar decisiones sobre el futuro de su vida y a renunciar a los más preciado para una mujer, ser madre.

“Yo nunca pude casarme, siempre le tuve mucho miedo al matrimonio porque sentía que iba a perder la libertad que había ganado, siempre me dio miedo tener hijos. Siempre dije que no quería tener hijos. No quiero que un hijo mío pase por lo que yo pasé y ver a mi papá sufrir, como lo vi, no quiero tener que ver a mi hijo, como madre, en esas circunstancias. Nunca quise tener hijos”.

“Hoy en día, con cada terapia, concluimos que todo es consecuencia del secuestro. Hay años en que no recurro a las terapias, pero siempre termino necesitándolas. Ya no tengo la necesidad de medicamentos, pero los tuve por mucho tiempo. Todo este proceso sin la más mínima ayuda del Estado. Sólo las recibimos el primer día de la liberación, que nos hicieron algunos exámenes”.

Estas son algunas de las consecuencias que le dejó el secuestro, pues aún en libertad, Leszli vio amenazada su vida y la de sus seres más queridos. Poco tiempo después de su liberación, en la portada de una revista reconoció a uno de los hombres que había participado en el plagio y estaba junto al entonces presidente de Venezuela Hugo Chávez.

“Por haber reconocido a José María Ballestas me tocó salir del país, con mis familiares más cercanos, los que vivían conmigo. Recibimos muchas amenazas y salimos protegidos por el Gobierno de Canadá. Yo estuve con protección de la Fiscalía un tiempo, hasta que fuera el juicio a Ballestas. Antes de que fuera el juicio, me empiezan a amenazar muy fuerte y Canadá me contacta y me dice que estamos en un plan de protección de Naciones Unidas y como Gobierno, tenían mi caso. Nos ofrecieron salir del país y acepté. Fue como al año y medio después de la liberación.

Sobre este hombre, Leszli recuerda que fue el mismo que estuvo sentado muy cerca de ella y su hermana, esperando para abordar el Fokker 50 de Avianca. Lo tiene muy presente porque tuvo un gesto de rechazo hacia ellas y poque fue el último en abordar el avión, detrás de ella y su padre.

“Durante el tiempo del secuestro no volví a ver a este extraño señor del aeropuerto, quien, con el tiempo, resultó en Venezuela protegido por el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Fue el primer lío diplomático. Lo vi en la portada, lo reconocí y lo denuncié. A Hugo Chávez le toco extraditar a este señor a Colombia y resultó ser José María Ballestas, quien estuvo preso”, señala Lezsli.

Las secuelas del secuestro también han estado presentes en su padre, Laszlo, piloto de Avianca, quien ese día viajaba en calidad de pasajero. Hoy atraviesas por complicados quebrantos de salud.

“Mi papá estuvo un tiempo como de descanso y luego empezó como a reincorporarse a Avianca con los simuladores, pero quedó muy mal y no pudo continuar. Mi papá está muy mal, postrado en una cama, casi que no puede hablar, es muy triste- El tubo leishmaniasis y el tratamiento son como 60 inyecciones y nunca pudo terminarlo porque se acaban las inyecciones, creo que duró todo el secuestro chuzándole las nalgas. Con los años, la leishmaniasis puede terminar en osteoporosis avanzada y mi papá tiene una osteoporosis brutal, tiene los huesos como de cristal. Si mi papá se cae se rompe todo, ya no se puede levantar. Todo eso, como nos dice el médico, es secuela de eso que él vivió en el monte”.

Ahora, cuando se cumplen los 25 años del secuestro, han vuelto los recuerdos a Leszli. Las angustias que vivió, pensando en aquellos días en los que la muerte, que los asechaba, pensando en las largas caminatas por entre el lodo, casi siempre, de noche. También, han vuelto a su memoria aquellos primeros momentos que vivió, ya en libertad.

“Durante el secuestro tuve una úlcera muy fuerte pero no más. Solamente, lo que se conoce como estrés postraumático sí lo tengo. No puedo estar con mucha gente alrededor, me empiezan a dar como momentos de pánico, el corazón se me agita, tengo muchas pesadillas todavía de esa época, sobre todo de la última semana. Estoy siempre muy a la defensiva”.

También, piensa que el emotivo momento del rencuentro con la familia, en especial, con su madre, doña Marlene López

“El reencuentro con mi mamá fue muy bonito, Recuerdo que llegamos a la Clínica había gente por todas partes, nos llevaron a un salón donde estaba mi mamá y mi hermana. Me abrazó y me dijo que ya todo había terminado”.

“Ese primer día en libertad, ya por la noche, quise bañarme y al encender la luz no la soporté y tuve que bañarme a oscuras. Cuando salí note que mis pies estaban sucios y volví al baño y resulta que no era mugre. Las plantas de los pies estaban llenas de hematomas porque llevábamos muchos días caminando”.

“Los primeros días fueron muy duros, muy lindos, pero muy duros al mismo tiempo. Era como volver a empezar todo, bajar y subir escaleras era algo muy raro porque la simetría es perfecta y uno ya no está acostumbrado a tanta simetría. Recuerdo también que prender y apagar la luz era complicado. Aun necesitaba de una linterna para poder dormir. La comida, el agua sabía diferente. Tuve muchas pesadillas, pensando que todavía estaba allá. Era muy angustioso, fue un proceso muy duro”, recuerda con nostalgia y con la voz entre cortada.

Hoy, lejos de Colombia, Leszli continúa el camino, reconstruyendo su vida, tratando de pasar la página, esa pagina que vuelve a leer cada 12 de abril, recordando aquel día de 1999, cuando abordó el vuelo 9463 de Avianca, que terminó en lo profundo de la selva, donde comenzó a padecer los rigores del secuestro.

“Un secuestro es como vivir en una fotografía. La ropa es la misma, son las mismas conversaciones, es el mismo ambiente, solo cambiaba cada dos o tres meses cuando nos trasladaban de campamento. Nos tocaban días enteros caminando, sobre todo de noche, a oscuras. No podíamos prender ni siquiera una linterna. Comíamos lo mismo, es un tedio. Un secuestro es un tedio, muy fuerte, donde lo rodean a uno solamente pensamientos muy tristes y angustiantes, pensando que en cualquier momento lo van a matar a uno”, puntualiza Leszli.

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