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El racismo no se ha ido

Por Fernando Calderón España.

El racismo en Colombia es selectivo. Diría que en muchas partes de este planeta. En Estados Unidos, en donde aún hay brotes de racismo, violentos en muchos casos, el atropello por el color de piel pasó de generalizado a selectivo y hasta por conveniencia.

Cuando los negros estadounidenses comenzaron a caracterizarse como inimitables artistas, en el canto sobre todo, la sociedad blanca los aceptó, a regañadientes, y hasta los valoró. En el deporte fueron ubicándose como factores de diferencia que daban triunfos y alegrías a hinchadas blancas que con frenesí siguen el baloncesto y el béisbol. En el atletismo descollaron muchos negros que hoy son leyendas. El deporte y la música se convirtieron, entonces y lo siguen siendo, en escenarios en donde el blanco se doblegada por la obligación que demandaban los sentimientos. O por la conveniencia que exigía el triunfo.

Poco a poco fueron más los negros artistas y deportistas que entraban en los salones del reconocimiento. Hoy existe una élite de millonarios negros en el arte y en el deporte que compiten con las fortunas de blancos en varios sectores de la economía estadounidense.

En Colombia pasó algo parecido con los millones no tan bien repartidos. De Caraballo a Pambelé y Rocky Valdez o de Quintana, el arquero de la selección colombiana y de Millonarios, de Senen Mosquera a Willington Ortiz, el Tino, Valencia y otros, los negros se erigieron en personajes públicos, admirados y reconocidos, un poco ricos, y hasta se les han agradecido sus aportes a triunfos históricos de nuestro fútbol.

En la televisión colombiana no tanto. Los actores negros no han logrado la celebridad, tal vez por representar su propia realidad y dejarle el brillo al señor que los esclavizó. En la canción, descollaron o fueron aceptados pocos como Christopher o Leonor González Mina, la negra grande. En el cine local, el negro ha sido olvidado, ya sea por acción u omisión, o porque el cine aquí no ha despegado o no hay guionistas que recuerden las historias blancas y negras de los negros.

En el arte y el deporte, tanto en Estados Unidos como en Colombia, los negros han logrado escalar con insistencia y talento. No ocurre lo mismo en la política de aquí y de allá. El reverendo Jackson no cuajó en la política estadounidense. Pocas ciudades han tenido alcaldes negros. O estados de la unión con gobernadores negros. Obama parece ser el negro destinado a permanecer como el único que logró la presidencia y por mucho rato. No son muchos los negros que calen con la fuerza de la proa en el mar político del imperio blanco norteamericano.

Aquí vivimos el mismo fenómeno. Pocos negros se han atrevido a mover el piso blanco del poder. Y no fue un hombre el que se atrevió a hacerlo, sino una mujer (lo que hace una doble desconfianza, según el machismo parroquial) que alborotó el avispero del racismo cuando se presentó a una consulta y ganó, por su votación, la atención de la contienda que la postuló como fórmula vicepresidencial por obligación o conveniencia.

Lo que simulaba un juego resultó muy serio y los colombianos vimos posesionarse a una mujer negra como vicepresidenta. El país completo comenzó a aterrizar y cuando cayó en la cuenta transformó una aceptación que se perfilaba con simpatía, en un rechazo en muchos casos soterrado, en otros abierto hasta el punto de caer en la altanería.

El rechazo comenzó a profundizarse cuando la opinión blanca comprendió y entendió que, en un caso hipotético, esa negra venida de bien abajo podría asumir la presidencia en una falta absoluta de su titular. La opinión que estaba hipnotizada por la cosmética del debate despertó con todo su odio, producto de ese racismo que llevamos por dentro, transmitido desde el norte, gracias a la narrativa que ellos mismos producen, otra vez, por obligación o conveniencia.

Cuando a los negros los necesitamos para que nos entretengan con su arte o nos lleven a las victorias con sus habilidades deportivas les hacemos hasta la venia. Pero, cuando en el horizonte se ve, aunque lejana, la probabilidad de que un negro, y aquí es una negra, sea el presidente de este país mestizo, la rabia se exacerba y los sentimientos se atropellan. Es una selección que el alma no tan blanca de una nación con anhelos y nostalgias anglosajonas hace todos los días por obligación o conveniencia.

Lo que significa que lo dominante en el consciente colectivo es el racismo que no se ha ido. Solo que este es, ahora, selectivo. Tal vez la selección sea una manera suave del clasismo, pero de aquel que genera la raza. Es como meterle marxismo a la piel.

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