La violencia, que por años azotó a Colombia, dejó miles y miles de familias campesinas despojadas de sus tierras, huyendo y buscando cómo rehacer sus vidas donde se sentían extraños y con la unidad familiar quebrantada. Una realidad que marcó para siempre a don Carlos Augusto Otavo Patiño y a los suyos.
“Fue un tema oscuro, de lágrimas. Llega un momento en el que uno llora y llora y se limpia las lágrimas. Sólo queda seguir para adelante, qué se va a hacer. En la ciudad se comenzó haciendo trabajos de oficios varios y una cosa y otra, tratando de salir adelante como todo el mundo”, recuerda este hombre nacido en El Zulia, municipio nortesantandereano.
Una historia que se comenzó a escribir hace 15 años. Amenazados por los grupos armados ilegales, su padre buscó nuevos horizontes en tierras venezolanas; su hermana, junto a su familia, hizo lo propio en Ibagué, la capital tolimense; y él, al lado de su hermano, inició una nueva vida en Cúcuta.
“Una condición de desplazamiento. Claro, se desunió la familia, cada uno miró a ver por donde echaba para adelante. Las ganas de salir adelante nunca se han detenido”, asegura don Carlos Augusto.
Ese deseo de superación y de no dejarse derrotar por las adversidades llevaron al menor de la familia a sortear obstáculos, de a poquito, con paso firme. Estudió y aprovechó las noches para convertirse en un administrador de empresas. Un esfuerzo que hoy se ve recompensado. Gracias a un programa del Gobierno, de restitución de tierras, él su familia están regresando a la parcela.
“Casualmente mi papá venia en un bus desde Venezuela y se encontró con un vecino, quien tenía una finca aledaña. Le dijo que esas tierras las estaban entregando, que fuera y preguntara y averiguara. Él no quería ir, porque es muy triste volver donde le causaron tanto daño, donde perdió todo de la noche a la mañana. De todos modos, comenzó a ir, a preguntar y empezó el proceso, que fue evolucionando muy satisfactoriamente”, explica el señor Otavo Patiño.
Después de tantos años, don Carlos Augusto volvió a empuñar una pala, un azadón, un machete. Ahora, dedica sus días al campo, a la siembra de cacao y otros productos agrícolas. Está convencido de que va por el mejor de los caminos.
“Eso me estoy dando cuenta ahora, con este producto del cacao. nunca va a tener problemas con vender su producto porque siempre habrá demanda de cacao, siempre se va a necesitar. Sí uno se pone con juicio a sacar variedades especiales, mejores rentabilidades van a tener. No voy a decir que esto es fácil, que no más es prende un bombillo y ya se dio, no, hay que trabajar duro, pero los frutos se ven”, dice con entusiasmo.
Mientras cultiva cacao, don Carlos Augusto ve más allá. También apuesta a que por fin reine la paz en la región que lo vio nacer y que hoy lo ve rehaciendo su vida. No duda en manifestar que “la paz que se está buscando es posible. Hay muchísima gente que quiere trabajar, que quiere salir adelante, que quiere dejar el miedo. Todos quieren poner su puesto de vender, de comercializar, llevar un sustento a su casa, estar orgulloso de lo que venden. Es posible la paz, es muy posible que si se logre la meta propuesta”.
Claro está que la mayor motivación para este hombre es ver nuevamente a la familia unida. Padre, hermanos y él, juntos de nuevo, como siempre debieron estar. Un bienestar que valora “enormemente, eso no se puede cuantificar. Ya por lo menos mi hermana se vino de Ibagué para la finca; también mi hermano, viene esporádicamente. Yo estoy de planta en la finca feliz. Uno siembra una matica, la matica crece, da frutos. Ver mi mata tan chiquita y mirar ya los frutos que está dando, eso es gratificante, eso es muy bonito. Ahorita tengo mil proyectos en la cabeza”.