En marzo del año pasado, la noticia sobre la llegada del covid – 19 hizo que Darío Ángel Vargas y su familia cambiaran de estilo de vida, que adoptaron extremas medidas de bioseguridad, como lo indicaban las autoridades e iniciaran un proceso de máximo cuidado.
“Todos los cuidados habidos y por haber, todas las recomendaciones que nos daban las autoridades. En lo personal, colgué mi corbata, colgué mi traje de paño, con el que andaba, y empecé a usar los famosos vestidos impermeables. Así todo el tiempo, estuvimos cuidándonos atendiendo las recomendaciones”, sostiene don Darío.
Medidas que con el tiempo resultaron insuficientes. En buen día, sin saber dónde, cuándo ni cómo, el mortal virus tocó a las puertas de su hogar. Primero fue su hijo, quien no tuvo mayores complicaciones; y luego el turno fue para él y su esposa.
Recuerda cuando recibió el resultado de la prueba, en el que le indicaba que era positivo, que había sido contagiado por el covid. “Muy triste. Inmediatamente el temor tan tremendo, llame a mi familia y les comenté que había salido positivo, todos muy preocupados. Inmediatamente todos se fueron hacer la prueba y lamentablemente mi esposa también salió positiva”.
Es en ese momento, en el que don Darío y su esposa empiezan una lucha por la vida, cada uno por su cuenta, debido al aislamiento al que debieron someterse los dos. Todo iba normal hasta el tercer día, apenas con síntomas similares a los de una gripa y con un poco de falta de aire.
“Mi esposa, que aparte de todo es asmática, empezó a asentirse muy mal, mal, mal, empezó a faltarle el aire. Mis hijos toman la decisión de llevarla al médico y queda hospitalizada, eso por el lado de ella. Al día siguiente, yo estando bien, no me sentía mal, un poco de fatiga simplemente. De un momento a otro, me empecé a quedar sin respiración y como puedo, mi hija me saco y me lleva al hospital, llegué supremamente mal. Cuando entro a urgencias me aplican una droga que, hoy en día desconozco. En cuestión de tres segundos, sentí que me quemaba, era como si me hubieran echado candela en todo el cuerpo. Me paso, me estabilizaron y me colocaron la máquina del oxígeno y quede en la sala del hospital, rodeado de cualquier cantidad de gente que había ahí por el mismo síntomas”, relata.
Pasaron algunos días, él empeora, mientras a su señora la dan de alta. Los médicos poco optimistas, recomiendan entubarlo inmediatamente y trasladarlo a una Unidad de Cuidados Intensivos. “Cada día empeoro más. Cuando yo me enfermo, estábamos en el pico más alto de la pandemia, no habían camas UCI en todo Colombia, donde no habían ambulancias, era un caos total lo que se vivió”, manifiesta don Darío.
La situación para él se hace más crítica. Cada vez escuchaba con más frecuencia que había la necesidad de entubarlo, un procedimiento médico que no podía realizar en el Hospital de Mosquera, donde se encontraba internado. Con el pasar de los días, surge la posibilidad del traslado a la UCI de Clínica San Diego.
“Nunca en mi vida había estado en un sitio de estos y eso fue algo espantoso, la verdad no se lo deseo a nadie. Entrar a esta Unidad de Cuidados Intensivos, donde lo primero que hacen es desnudarlo completamente, queda usted incomunicado, le quitan todo y queda postrado en una cama, todo el día. Pierde uno la noción del tiempo, no se sabe si es de día, si es de noche, si es lunes, si es domingo, sólo el pito de las maquinas a toda hora.
Lo más duro, era escuchar a los médicos, a los enfermeros, diciendo hora del deceso y sacar los cadáveres en bolsas, dejarlos a los pies de mi cama. Hubo noches que murieron muchas personas y tuve que convivir con los muertos. Fue algo terrible”, recuerda don Darío.
Días de completa soledad, que los sitió como nunca antes había sentido algo similar y que hoy ve como “algo terrible, que lo hace a uno irse en el tiempo, hacia atrás, a recordar a su familia, sus seres queridos. En mi caso personal, sufrí mucho en pensar que ya estaba cerca mi hora de partida y que me quedaban muchas cosas por hacer.
En ese momento, es Dios y recordar uno toda su vida. Pasan y pasan las hojas, desde el momento en que uno tiene uso de razón, hasta esos días en que estaba postrado en una cama. Se hace un recuento de la vida y se concluye que la vida es muy corta. En un segundo la vida se nos escapa y que nos llevamos absolutamente nada, quizás las cosas buenas que hayamos hecho en la vida. Yo pensaba en la muerte y me entristecía cada día más de pensar en el dolor de mi familia”.
Ha pasado el tiempo y don Darío poco a poco va superando esta crisis. Aún convive con las huellas que dejó en él el virus, a tal punto que “quedé con unas secuelas irreversibles, porque mis pulmones quedaron muy afectados, las terapias después de que salí de cuidados intensivos, fueron muy duras. Uno acostumbrado a moverse, a estar muy activo, postrado en una cama, así fuera en mi casa, era algo terrible, donde mi única distracción era salir al balcón de mi casa y mirar para lado y lado y volverme a entrar. Todos los días lo mismo y lo mismo y bueno me fui poco a poco recuperando. Hoy en día no puedo caminar mucho, no puedo hacer un ejercicio fuerte porque me fatigo y bueno, lo que tiene uno es que aprender a sobrellevar las cosas y a convivir con este mal”.
Todo lo que han vivido él y su familia lo lleva a reflexionar sobre el covid – 19 y el futuro que le espera a la humanidad. “no logro entender por qué hoy en día hay personas que no miden la magnitud de esta enfermedad y no se vacunan. Yo de verdad, hago un llamado a todas las personas que no se han vacunado a que lo hagan, es su vida, es su familia, es el entorno, el que esta en riesgo, el que está en peligro.
De pronto las personas que han sido afortunadas y no han llegado a padecer lo que yo padecí, ven esto, que puede ser un juego y todavía creen que esto es mentira. Esto no es mentira, es una cruda realidad, que a cualquiera de nosotros nos puede tocar. Por favor invitemos a nuestros amigos, a todas las personas que sepamos que no se han vacunado, a que lo hagan, es la única arma que tenemos en este momento”, concluye don Darío Ángel Vargas.