Hace cien años, el 27 de septiembre de 1924, en Schiedam, Holanda, nació Thomas van der Hammen, el científico que dejó su vida y obra plasmadas en un bosque nativo que sembró en la sabana de Bogotá; en una capilla que construyó en honor a San Francisco de Asís en su casa familiar de Chía (Cundinamarca).
De igual manera, trabajo que dejó en 63 libretas de campo con todos los detalles de sus expediciones por distintos lugares del mundo; en más de 300 publicaciones científicas y, sobre todo, en decenas de personas que se han propuesto compartir y replicar el mensaje de amor profundo por la naturaleza que él les dejó.
Además, Van der Hammen, geólogo de formación y con amplios conocimientos en botánica, palinología y ecología, su enfoque científico iba mucho más allá de su especialización. Veía a la naturaleza como un todo interconectado y fue uno de los primeros en afirmar que el cambio climático no solo afectaba las regiones polares, sino también los trópicos, con consecuencias profundas para la biodiversidad.
“Él tuvo una especie de intuición, pero esa intuición realmente la trabajó con muchos datos en muchos lugares del país, y también compartió la información con investigadores extranjeros”, afirma Julio Fierro Morales, director del Servicio Geológico Colombiano y quien conoció al científico cinco años antes de su muerte en 2010.
Así mismo, entre sus mayores contribuciones científicas están los estudios sobre el polen fósil de la sabana de Bogotá y la Amazonía, que permitieron reconstruir la historia climática y geológica de estos ecosistemas. A través de sus investigaciones sobre el Cuaternario en la sabana de Bogotá, van der Hammen pudo demostrar los cambios ocurridos en el clima y en la vegetación durante los últimos 25 millones de años.
Igualmente, Van der Hammen fue también un defensor apasionado de la protección ambiental, influyendo en políticas públicas sobre urbanización y conservación. A principios de los años 90, su influencia fue clave en los debates sobre los límites del crecimiento urbano en la sabana de Bogotá, lo que condujo a la creación de la reserva forestal que lleva su nombre. También, su trabajo fue un precursor de las actuales estrategias de mitigación y adaptación al cambio climático en Colombia.
En tal sentido, Manuel Rodríguez Becerra, exministro de Medio Ambiente, lo recuerda como un científico del estilo de los grandes naturalistas del siglo XIX, alguien con “una enorme cultura y conocimiento sobre las ciencias de la vida y las geociencias. Thomas van der Hammen no solo fue un amigo cercano, sino un guía en la comprensión de temas clave como el cambio climático y la protección de la biodiversidad”.
El despertar científico de van der Hammen en Colombia
A sus 27 años Thomas van der Hammen llegó a Colombia, donde vivió su primera temporada en el país, entre 1951 y 1959. Durante este tiempo, estudió la formación Guaduas (Cretáceo Superior y Terciario Inferior) mediante el análisis de polen fósil, visitó La Chorrera, en Túquerres (Nariño), para estudiar movimientos en masa, y realizó levantamientos de depósitos carboníferos del Terciario en el suroeste antioqueño.
Además, recolectó muestras de polen del Cretáceo Superior y Terciario en el Catatumbo, produciendo valiosa información inédita que contribuyó significativamente al desarrollo de la palinología tropical.
En su primera temporada en Colombia, el SGC fue la casa de Thomas van der Hammen, donde se desempeñó como jefe del departamento de Palinología y Paleobotánica y comenzó a desarrollar el estudio de palinología tropical del Cretáceo, Terciario y Cuaternario, junto con otros investigadores de la facultad de Ciencias Geológicas en la Universidad Nacional. Más adelante, entre los 70 y los 80, el geocientífico lideró las investigaciones que permitieron reconstruir la historia geológica de la sabana de Bogotá.
La base de estos estudios fueron los núcleos sedimentarios Funza I y Funza II. Este último, actualmente alojado en la Litoteca Nacional del SGC, es el más completo perforado en la sabana de Bogotá (con casi 600 metros de profundidad), pues cubre todo el período del Cuaternario.
Gracias al análisis de estos núcleos en cuanto a su contenido de materia orgánica, distribución del tamaño de granos de los sedimentos e indicadores paleoclimáticos biológicos y físicos, se reveló cómo fue el cambio de la laguna de la sabana de Bogotá en los últimos 2,5 millones de años (esta desapareció hace cerca de 30 mil años), además de cómo fueron los procesos de evolución de ecosistemas como los bosques altoandinos y páramos.
Un legado vivo en las nuevas generaciones
El impacto de Thomas van der Hammen no se limita a sus investigaciones. Su legado ha sido continuado por su familia, en particular por su hija María Clara y sus nietas Sabina y Camila. María Clara coordina proyectos en la organización Tropenbos Colombia, mientras que Sabina es la actual representante de la Reserva Forestal que lleva el nombre de su abuelo. Camila, por su parte, trabaja como médica en la Amazonía, integrando la ética de trabajo rigurosa que heredó de su abuelo con su compromiso con las comunidades locales.
Las tres coinciden en que la enseñanza más importante que les dejó van der Hammen fue su amor por la naturaleza. “Mi papá nos invitaba a tocar, sentir y oler el musgo, a observar y explorar los paisajes. Su forma de hacer ciencia era profundamente sensorial”, comenta María Clara.
Sabina, por su parte, destaca la generosidad de su abuelo, quien siempre estaba dispuesto a compartir su conocimiento, tanto con líderes políticos como con los niños que llegaban a su casa en Chía para pedir ayuda con las tareas escolares.
Para la familia van der Hammen, su legado es una invitación a que las nuevas generaciones de científicos mantengan esa conexión con la naturaleza y sigan construyendo una ciencia basada en el respeto y la protección de los ecosistemas.
“Mi abuelo nos mostró que la ciencia no es solo una acumulación de datos, sino una forma de entrar en contacto profundo con la naturaleza”, concluye Sabina.